Tour hacia el abismo

“(…) Llegado este punto, en vez de aceptar lo inevitable (…), tendrá la tentación de incrementar la rivalidad gastando aún más. Esto convertirá el conflicto de acción colectiva en lo que se conoce como una «carrera hacia el abismo». Pese a que este resultado es peor, los adversarios redoblan sus esfuerzos, por lo que exacerban el problema que pretendían resolver (como cuando subimos el volumen de nuestro aparato de música para no oír la del vecino). Finalmente, el resultado es tan malo que los dos bandos acaban «enganchados» en el conflicto. No pueden abandonar, sencillamente porque han llegado demasiado lejos como para dar marcha atrás.”

Rebelarse Vende. El negocio de la contracultura. (Joseph Heath y Andrew Potter)

Tour

Un ejemplo típico de lo que es una carrera hacia el abismo tal y como la planteó Hobbes apareció hace poco a cuento de algunos acontecimientos recientes en los Estados Unidos. El ejemplo es el siguiente: un montón de norteamericanos tienen en su casa un arma de fuego ¿para qué? Para protegerse del otro montón de norteamericanos que también tienen su arma de fuego. ¿Es preferible tener un arma o deshacerse de ella? Mientras el resto de mis vecinos sigan teniendo un arma, quizás sea mejor que conserve la mía. ¿Quién es el guapo que da el primer paso? Es lo que se llama un conflicto de acción colectiva.

Este fin de semana Javier Ares ponía sobre la mesa de su programa de radio una posibilidad que, personalmente, nunca se me había pasado por la cabeza. Tengo como uno de los primeros recuerdos de mi vida ese momento de mediados de los 90 en el que Miguel Induráin, en la cumbre de su carrera, cuando parecía que iba a alcanzar un número de Tours inalcanzable, se bajó de la bici a mitad de carrera y sin motivo aparente y dijo que hasta aquí habíamos llegado. Como poco, fue bastante confuso. Y más para un espectador del Tour que a la vez lo era de los Power Rangers.

Desde que eso pasó cada Tour de Francia ha tenido su asunto más o menos relevante en relación con sustancias ilegales. No ha pasado un año limpio. La famosa furgoneta del equipo Festina en el año 98 (la furgoneta que llevaba más drogas que la de los Gun’s and Roses en una gira), los casos Ullrich, Landis, Pantani, Livingstone; proporcionalmente son un número pequeño de ejemplos. Ahora nos enteramos de los integrantes del equipo Rabobank al completo han confesado que todos ellos se doparon durante desde 1996 al 2012. Está también el primer y poco publicitado caso pre-cáncer de Armstrong; y que, además, no ha reconocido en la entrevista con Oprah. Si hasta Alberto Contador, con su pinta de yerno perfecto, ha sido sancionado por dopaje uno ya pierde la fe en el ciclismo y en todo el deporte de competición.

Bjarne Riss acabó con el reinado de Induráin y años más tarde confesó haber consumido EPO durante aquella época. El español no quiso terminar de disputarle ese Tour ¿Era posible ganar un Tour de Francia sin drogas después de Induráin?

Ha dicho el ciclista tejano que le echaba EPO a la sangre con la misma naturalidad que le se le echaba agua a las botellas de la bici (en sus propias palabras). Además, todos lo hacían. “La era de la EPO se inició a mediados de los 90”, dice. “No era posible ganar siete Tours de Francia sin doparse”.

Partimos de la malpensada y semiprobada base de que todos se dopaban. ¿Qué posibilidades tiene un ciclista que no se dopa de ganarle a un pelotón hasta el culo de eritropoyetina? ¿Para ganar el Tour de Francia había que doparse? Dice Armstrong que sí -¿qué va a decir si no?-. Lo que se parece desprender de todo este batiburrillo es que solo para estar al mismo nivel que los demás corredores del pelotón había que tomar sustancias prohibidas. Ojo, no para ser el mejor, sólo para mantener el mismo nivel de todos los que sí se dopan. Es lo que Hobbes denominó una carrera hacia el abismo.

Pongamos que el corredor A está 5 puntos por encima del pelotón, el corredor B está 3 puntos por encima del pelotón y el corredor C está 1 punto por encima del pelotón. Si C se dopa se pone el nivel de B, para que B pueda hacer valer sus dos puntitos de superioridad debe también doparse, gracias a esto, además, se coloca al nivel de A. Si A, que es el mejor ciclista de todos, quiere hacer valer su superioridad no tiene más remedio que hacer lo que hacen los demás: tomar sustancias dopantes. De esta manera la situación vuelve a situarse en su punto inicial.

La hipótesis que ponía Javier Ares (gran conocedor del ciclismo) sobre la mesa era que Miguel Induráin dejó el ciclismo siendo el mejor del mundo porque la única posibilidad de seguir siendo el mejor era esta. “Por ahí no paso”, pensó. La única alternativa era abandonar el ciclismo profesional y ponerse a hacer anuncios de sobaos.

Pensar que Armstrong fue el ganador de siete Tours de Francia consecutivos porque era el que más (o mejor) se dopaba, y no porque era el mejor ciclista, es tan ingenuo como pensar que los jugadores del Barça son así de buenos porque se dopan. Hace cosa de un par de años, la Cadena Cope aseguraba que fuentes cercanas al Real Madrid le habían filtrado que en el Barça existían esas prácticas. Sinceramente, si hubiera alguna droga que te hiciera ser tan bueno como Messi yo creo que me la metería. No seamos cínicos, si hubiera una sustancia que te hace ganar siete Tours consecutivos el americano no habría sido el único en tomarla.